Sociedades y religiones

Estados homogéneos, unidad de Estados y miedo a la diferencia



En un momento como el presente en el que el mundo se encamina hacia un proceso de globalización y de mundialización en múltiples campos (economía, telecomunicaciones, etc.), se asiste igualmente a un proceso de parcelación y reivindicaciones de segregación o de autodeterminación cada vez más creciente.

Junto a ello, en las sociedades actuales, y de manera generalizada como elemento esencial del Estado de Derecho, se ha producido un reconocimiento y garantía, bien en el ámbito constitucional, bien legal, de un catálogo de derechos humanos. Al tiempo que esos mismos Estados se ven en la necesidad de tener que dar respuesta a nuevas situaciones, en muchos casos desconocidas, motivadas principalmente por los movimientos migratorios, que -sin embargo- son vistos como un elemento que pone en riesgo no sólo la propia esencia de estas sociedades avanzadas o del bienestar (caso de Austria), sino incluso el mismo sistema democrático. En esta línea, se ha señalado por LLAMAZARES que "la existencia de minorías dentro de un Estado plantea un espinoso problema: el respeto de los derechos humanos se traduce para el Estado en la obligación de respetar esa identidad y los derechos que entraña, pero en la medida en que se acusen esos rasgos de identidad se alimenta una fuerza centrífuga que amenaza con la escisión, en abierta contradicción con la tendencia del Estado a afirmar su unidad con el intento permanente de integrar esas minorías".

Frente a ello, muchas de estas sociedades, que ven en la inmigración un "problema-obstáculo", se sienten incapaces de dar algún tipo de respuesta que no sean la adopción de medidas restrictivas, de apoyo a la mayoría ya existente, de cierre de las fronteras, cuando no de desconocimiento de la propia realidad cambiante manteniendo el stutus quo preexistente o, incluso -lo que es más preocupante-, mediante la adopción de medidas de carácter represivo, ya sea de tipo policial ya penal.

Esta contrastabilidad de la realidad actual y de las sociedades modernas no sólo tiene su manifestación en países que tradicionalmente se han venido considerando poco respetuosos con los derechos humanos, sino también en Estados democráticos. Dentro de este último cabe incluir el caso de los países europeos, y más concretamente de los Estados que en la actualidad integran la Unión Europea. También en éstos se han producido reacciones de temor o de miedo a la influencia, cuando no a la "invasión", de otras culturas distintas a las existentes en cada uno de dichos Estados, y en el ámbito de lo religioso a los nuevos movimientos religiosos o a las sectas. Y con ello se produce una vuelta a proteger la cultura propia o autóctona, a los resurgimientos de los nacionalismos o de las teorías neonazis y, en el campo de lo religioso, la vuelta a las llamadas "religiones tradicionales" y a los fundamentalismos o integrismos. A esta situación no ha escapado, ni siquiera, la propia Unión Europea en tanto que institución, convertida en las últimas semanas, por mor del caso austriaco, en la salvaguardia de la propia existencia de los valores democráticos e, incluso, de la democracia como sistema político (Art. 6.1 TUE).

No queda, pues, más que la opción por soluciones próximas a la integración por asimilación de los grupos minoritarios, o la que -a nuestro entender resulta más coherente- la asimilación en pie de igualdad, dando lugar a sociedades multiculturales, en las que las diferentes culturas se relacionan entre sí mediante un diálogo activo de interculturalidad. 

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